Juana Sánchez, una madre coraje de La Mota en 1480

Autor: Enrique Lillo Alarcón
ISSN 2386-5172 - Serie: XV-22
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Enrique Lillo Alarcón
Autor: Enrique Lillo Alarcón

“Los pobres necesitan coraje, ¿por qué? porque están perdidos. Tienen que ser verdugos los unos de los otros y degollarse mutuamente, y si quieren mirarse a la cara, necesitan coraje”
Madre coraje y sus hijos.
Bertolt Brecht

No había dejado de luchar por los derechos de su hija, durante meses había acudido a personas e instituciones pidiendo justicia, nadie quería oírla y, si lo hacían, era para decirle que abandonara el caso y dejara las cosas como estaban, ella nunca perdió la esperanza y continuó hasta llegar a lo más alto, Isabel y Fernando.
Juana Sánchez, una madre coraje de La Mota, en febrero de 1480, recibía buenas noticias, los Reyes Católicos habían considerado abrir el proceso del pleito que duraba varios meses. Se sentó en el poyo de piedra, al lado de la chimenea que presidía la sala de su humilde casa, y lloró, nadie sabe si de alegría o tristeza; a su mente vinieron, al tiempo, los recuerdos de los años pasados …

El 13 de diciembre de 1474, Isabel se había proclamado reina de Castilla, tras la muerte de su hermano Enrique, iniciándose la Guerra de Sucesión por la corona. Alfonso V de Portugal y el segundo marqués de Villena, Diego López Pacheco, apoyan a su hermanastra, Juana de Trastámara, La Beltraneja, de otro lado, Isabel y Fernando, cuentan con el apoyo de cierta parte de la nobleza. El comienzo de la contienda es favorable a los portugueses, entran en Extremadura, toman las ciudades de Toro y Zamora, la ciudad de Burgos también se opone a Isabel. Diego López Pacheco desde Madrid, Alcalá de Henares y Belmonte, asola, con sus tropas, la zona centro y la Mancha, allí se le oponen las tropas del Maestre de Santiago, don Rodrigo Manrique, quien, poco a poco, va neutralizándole. Muere, defendiendo la Mancha, según Diego de la Mota, su epitafio decía así, “Aquí yace el magnífico don Rodrigo Manrique, Maestre de Santiago, fijo del Adelantado don Pedro Manrique, y de doña Leonor de Castilla, el qual venció veinte y siete batallas de moros y christianos, murió año de 1476 a 11 de Noviembre”.
La Mancha vive una época convulsa de desordenes y luchas, los crímenes y abusos están a la orden del día, sin que exista justicia que los mitigue.
Los Reyes, tras años de guerra paciente y metódica, consiguen derrotar a las tropas portuguesas y vencer a los nobles opositores, llegando el año 1479 en que se firma el tratado de paz de las Tercerías, el 4 de septiembre, en Alcaçobas, Juana renuncia a su derecho al trono, en favor de Isabel, retirándose al convento de las Clarisas de Coimbra.
El 20 de enero, muere el padre de Fernando, Juan II de Aragón, en la ciudad de Barcelona. Isabel y Fernando reciben el título de Reyes de España, ya que poseían, entre los dos, la mayor parte del territorio.
Ese mismo año de 1479, se guerreaba en la Mancha. Los Reyes enviaron como capitanes a Jorge Manrique, hijo del Maestre y Comendador de Montizón, y a Pedro Ruíz de Alarcón, que lucharon contra las tropas del Marqués de Villena, asentadas en las villas de Belmonte, Alarcón y Garcimuñoz, donde murió Jorge Manrique asaltando su castillo. “Recuerde el alma dormida, abiue el seso e despierte contemplando como se passa la vida, e como se viene la muerte tan callando …”

Su marido había fallecido, había quedado pobre y con varios hijos que alimentar, la situación política y económica de la Mancha, continuos abusos de poder, ladrones, criminales y las correrías del Marqués de Villena, no era el mejor escenario para salir adelante con semejante prole, pero gracias al carácter fuerte de la mujer manchega que ostentaba, había conseguido tener una vida decorosa y tranquila, trabajando, con la ayuda de sus hijos.
En tiempos pasados, cuando su marido vivía, había sido discretamente feliz, dentro de sus posibilidades, no le faltaba para comer o vestir. Su marido, Miguel Sánchez Zarco, había tenido amistad, y cierta relación comercial, con un vecino importante de Belmonte, Álvaro de Sevilla, quien visitaba con alguna frecuencia su casa; cuando quedó viuda, Álvaro, le ayudó a progresar, le estaba muy agradecida por ello.
Juana consideraba a Álvaro de Sevilla como de la familia, cuando venía a La Mota por negocios o cuando pasaba por allí de camino a otros pueblos, comía y se hospedaba en su casa, todos le querían y el era amable con sus hijos y con ella.
Cierto día, de paso por La Mota, llegó bastante tarde, Juana insistió que se quedara a cenar y dormir, el camino no estaba para continuar, podía ser asaltado en cualquier recodo del camino, incluso a la salida del pueblo, él no se hizo mucho de rogar, aceptando la invitación. Sobre las ocho de la tarde, cada uno se había acoplado en el sitio más adecuado y cómodo para sus intereses; como era normal en este caso, a Álvaro le habían dejado la única habitación de la casa, donde Juana dormía, antaño, con su marido. Muy temprano, sobre las cinco de la mañana, Juana y sus hijos se levantaron silenciosamente, para no despertar a su invitado y marcharon a trabajar. En la casa quedaron Álvaro y una hija de Juana, de edad doce o trece años, que quedaba en ella para cuidarla, realizar la limpieza y preparar la comida de todos a su regreso. Álvaro de Sevilla, abusando de la confianza y amistad que le habían ofrecido, obligó a la niña a acostarse con él.
El sol comenzaba a salir por la sierra de La Mota, Álvaro y la niña atravesaron el pueblo, tomaron la calle del Castillo y salieron por la puerta del Portazgo, no quedaban ya restos de la cerca que, un día, cerró la villa. El camino serpenteaba en dirección a Belmonte, a su derecha, en el alcor de la sierra se dejaban ver los restos del castillo que hacía poco tiempo había mandado derrocar don Diego LópezPacheco a su criado y alcaide de la fortaleza, Pedro Martínez de Casabermeja, ese castillo que un día fue el orgullo de la Orden de Santiago y de su Maestre, don Fadrique, que le concedió el honor de ser sede de un Capítulo General de la Orden en el mes de mayo del año 1351.
Por la tarde, cuando Juana y sus hijos regresaron, vieron la casa vacía, la puerta entreabierta, su corazón comenzó a latir muy rápidamente, las lágrimas vuelven a sus mejillas recordando el momento. Todos la buscaron inútilmente, la angustia y el temor crecían a medida que pasaba el tiempo y nadie les daba noticia de ella; finalmente, un labriego que se dirigía a la Puebla del Aljibe a realizar sus labores, atravesando la sierra, había visto a lo lejos, por el camino de Belmonte, a la niña acompañada de un hombre, que respondía a las señas de Álvaro. Juana no podía creer lo que estaba oyendo, le había dado todo lo que tenía, le había tratado como uno más de su familia, a cambio de tan triste pago. Lloró, amargamente, durante días, pero, como sucedió cuando su marido murió, se repuso a las circunstancias y decidió luchar con todas sus fuerzas para recuperar, haciendo lo que fuera menester, a su querida hija.

Lo primero que hizo fue dirigirse a la justicia de La Mota, interpuso una acusación criminal contra él y escribieron carta al alcalde de Belmonte, para que tomara parte en el suceso, éste en lugar de ayudar, lo tomó como ofensa. Volvieron a escribir carta pero nada sucedió. Juana recibía noticias de su hija, Álvaro de Sevilla seguía manteniendo relaciones íntimas con ella y otra serie de abusos, que la gente que venía de paso por La Mota, le contaba que éste hacía, pero Juana ya había pasado la suave línea que separa la tristeza de la indignación, su objetivo era recuperar a su hija y su decisión era firme.
Álvaro, por su parte, estaba dispuesto a continuar con esta situación, había tomado cariño a la niña y no deseaba dejarla. Hizo caso omiso de las cartas de reclamación que le enviaban, acudió al Prior de Uclés con mentiras, convenciéndole que nombrara una comisión que dictara a su favor. Álvaro, entorpecía, todo lo que podía, el proceso que se había iniciado contra él. El Prior, concedió el nombramiento de la comisión, acudieron en su favor durante el proceso. Con estas artimañas, consiguió que la justicia se volviera contra Juana, reclamándole 50 maravedís y otras deudas, que decía le debía su marido, de unas cuentas que tenían entre ambos, y que habían acordado que las guardase él. Juana reclamó, pero inútilmente, se le condenó por estas deudas. Desesperada, recurrió a lo único que le quedaba, la justicia de los Reyes.

La corte, en el año de 1480, se encontraba en Toledo. Isabel y Fernando, triunfantes de tan larga lucha, habían convocado cortes en la ciudad imperial, rodeados de sus prelados, doctores y caballeros, secretarios y escribanos. Las cortes resolvieron restituir las rentas y patrimonios reales, actualizaron todos los juros de heredad y mercedes, que había concedido Enrique IV. Vivían en un palacio que habían dividido en cinco estancias, donde se alojaban cinco consejos, una de ellas era para los Reyes, con los Grandes y consejo privado, trataban asuntos de Roma y otros reinos; una segunda estancia era para los prelados y doctores, ocupados de resolver peticiones, cartas de justicia, procesos de pleitos, dar sentencias definitivas; una tercera estancia para caballeros y doctores de los reinos de Aragón, Sicilia, Valencia y Principado de Cataluña, que se ocupaban de resolver los asuntos de estos reinos; la cuarta estancia era para los diputados de las hermandades del reino; la quinta estancia era la de los contadores mayores y oficiales de la hacienda y el patrimonio real. Fuera del palacio real, los alcaldes de su corte, atendían las demandas criminales y civiles, impartiendo justicia.

“Mandaron ansimesmo facer en aquella cibdad justicia de muchos homes criminosos é robadores, que en los tiempos pasados habían cometido delictos é crimenes”. [Hernando del Pulgar, Crónica de los Reyes Católicos, pág. 167].

Otras decisiones relevantes de dichas cortes fueron: nombramientos de corregidores en todas las villas donde no habían; leyes y ordenanzas de gobierno y justicia; regulación de judíos y moros; nombramiento de inquisidores para comprobar que los corregidores impartían justicia adecuadamente; restitución monetaria, a viudas e hijos de personas, que habían muerto en su servicio durante la guerra.
En esas cortes, se produjo el acto de juro del Príncipe Don Juan, como sucesor del Reino, 1 de abril de 1480.

Juana, suplica y pide por merced, a Isabel y Fernando, que la ayuden con su justicia. Los Reyes, analizado el caso, envían carta a D. Juan Sánchez de la Cana y a Diego de Iniesta, Arcipreste de Alarcón, para que paren la sentencia que sobre Juana ha recaído y envíen el proceso del pleito, para ser juzgado por los doctores y prelados de su consejo, en el palacio de Toledo. Si el proceso ha sido realizado en forma y derecho, que se cumpla la sentencia dada, pero si no ha sido así, se deberán deshacer todos los cargos y restituir a Juana lo que ha perdido.
Es así como esta madre coraje de La Mota, consiguió finalmente justicia, para su hija y su familia, gracias a su decisión y constancia, no importándole hacer lo que fuera necesario para ello y llegando hasta las instancias más altas.

Notas:
Arcipreste de Alarcón.- Título que ostentaba el Prior y Presidente del Cabildo Colegial de la Iglesia parroquial de Belmonte, convertida en Colegiata por bula de 9 de diciembre de 1459, del Papa Pío II, ratificada por D. Luis de Acuña, Obispo de Burgos.

Alonso del Mármol.- Escribano de cámara de los Reyes Católicos. Acompañó a los Reyes, como escribano de cámara, durante muchos años, y a lo largo de múltiples villas. Fue regidor de Madrid, unos años antes de su muerte, en el año 1509.

Prior perpetuo de Uclés.- D. Juan de Velasco, Prior desde 1472 a 1492.
Nace en Tarancón hacia el año 1420.
En 1472 es nombrado Prior de Uclés, partidario de los Reyes Católicos, en oposición a Lope Vázquez de Acuña, partidario del Arzobispo Carrillo y de la Infanta Juana, a quién incluso vence con sus tropas.
Partidario del Maestre Rodrigo Manrique, en oposición de D. Diego López Pacheco, Marqués de Villena. Tras la guerra de Sucesión de Castilla, debe reparar el castillo y Monasterio de Uclés, de los destrozos sufridos.
El nuevo Maestre Alonso de Cárdenas, le dio poderes para que convoque y presida Capítulo en Azuaga, donde se ratifica el nombramiento del Maestre.
Visita todos los lugares del Priorato, para observar y comprobar la disciplina y moralidad de sus súbditos, después convoca sínodo, en 1486, donde se dictan leyes y normas encaminadas al restablecimiento de la moral.
Muere en Uclés, el 23 de febrero de 1492, siendo enterrado en el Monasterio, bajo una estatua yacente de alabastro, que aún se conserva.

Bibliografía:
– “Regla de la Orden de la Caballería de Santiago …”. Mandada publicar por el Real Consejo de las Órdenes. Madrid, imprenta de Sancha, año de 1791.
– “Crónica de los Señores Reyes Católicos, Don Fernando y Doña Isabel, de Castilla y de Aragón”. Escrita por su cronista Hernando del Pulgar. Valencia, imprenta de Benito Monfort, año de 1780.
– “El Regimiento madrileño”. José Manuel Castellanos.

[Transcripción del manuscrito, que se conserva en:
Archivo General de Simancas
Signatura: RGS,LEG,148002,146]

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Juana Sánchez, vesina de La Mota
para Juan Sánchez de la Cana e Diego de Ynyesta arçipreste de Alarcón, que trayan vn proçeso de que conosen

Don Ferrando etcétera, a vos Johan Sánches de la Cana, e a vos Diego de Yniesta arçipreste de Alarcón, e a cada uno e qualquier de vos, salud y grasia.
Sepades que Juana Sánches, vesina de la villa de La Mota, nos fiso relación, por su petiçión, que ante nos, en el nuestro Consejo, presentó dysiendo que nos byen sabyamos como ella avía acusado priminalmente (criminalmente) a Álvaro de Sevilla, vesino de la villa de Belmonte, sobre rasón que teniendo amistad, el dicho Álvaro de Sevilla, con Miguel Sánches Zarco, su marydo ya difunto, entrava, el dicho Álvaro de Sevilla, en casa del dicho su marido, et posava en ella qual ay venía, e le fyava su casa ca asy como sy fuera debdo suyo.
E qual non mirando porque rasón era obligado, durmió con una su fija de hedad de fasta dose o trese años, e la corronpió, e sacó de su casa, e la levó a la dicha villa de Belmonte, donde dys que la tovo tanto tiempo, e que asy mismo cometyó otras cosas asas (asaz) feas.
E que al tiempo que fue requerido con una nuestra carta de emplasamiento, e fue tomada la dicha carta, a su procurador, por el alcalde de la dicha villa de Belmonte, sobre lo qual dis que nos, le ovímos mandado dar otra nuestra carta, contra el dicho alcalde, que pareçiese personalmente ante nos, en el nuestro Consejo.
E que agora, el dicho Álvaro de Sevilla, por la más molestia e fatiga, procuraron una comysión del Prior de Uclés para vosotros, e que el dicho Prior la dyo, e vosotros la açebtásteis.
E que a pedymyento del dicho Álvaro de Sevilla, e por ympedyr el proçeso que ante nos se tratava, le embyasen çiertas otras moritoryas para que ella asas fuese e sea ante vos, o pagase, al dicho Álvaro de Sevilla, çincuenta maravedíes en penas, en que dysíades que avía yncurrido el dicho su marydo, por non guardar coenta suya, que entre él y el dicho Álvaro de Sevilla, avíase ydo.
Dada de la qual dis que ella avía reclamado ante nos en el nuestro Consejo, e que agora ynjustamente les aveys descomulgado sobre ello, a ella e a los dichos sus fijos, e les faseys otros muchos agravios e daños, contra toda justyçia, en lo qual dis que sy asy oviese de pasar, que ella resçibyría grande agravio e daño.
E nos suplicó, e pydyó por merçed, que a ca dello, le mandásemos proveer de remedyo con justyçia o como la nuestra merçed fuese, e nos tuvímoslo por byen.
Porque vos mandamos que del dya que con esta nuestra carta, fuésedes requerydos fasta quinse dyas primeros syguientes, traygades o enbyedes ante nos el proçeso del dicho pleito, porque en el nuestro Consejo donde ay prelados, e cavalleros, e dotores, e personas çientyfycos, se lea el dicho proçeso, e sy es bien fecho se mande guardar e executar, e sy non se les mande lo que de justyçia devan desfaser, e entre tanto sobreseades en proçeder, e non proçedades más en el dicho negoçio, fasta que vos mandemos lo que sobre ello deves desfaser, e non fagades, ende al, por alguna manera, so pena de la nuestra merced, e de perder la naturalesa e tenporalidades que en nuestros Reynos tenéis, e deso avídes por agenos e estraños dellos, e dé tal en todas las otras penas, y que también las personas eclesyástycas que non cumplen ny cumplían los mandamyentos de su Rey e Reyna e Señores Naturales.
Et de como la nuestra carta vos fuere notyfycada, mandamos, so la dicha pena, a qualquier escribano público que para esto fuese llamado, que de ende al que vos la mostrare, testymonyo sygnado con su sygno, por que más sepamos como se cunple el nuestro mandado.
Dada en la muy noble çibdad de Toledo a veynte dyas de febrero año del nasçimyento de Nuestro Señor Ihesu Christo de mill e quatroçientos e ochenta años.

don Sancho García / Ferrand Núñes dotor / miçer dotor Pere / dotor yo Alonso del Mármol, escribano de cámara del Rey e de la Reyna nuestros señores, y la fis escrivyr por su mandado, con acuerdo de los del su Consejo.
Firma: Diego Sánches

Por: Enrique Lillo Alarcón
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