Jugar a naipes en El Toboso, 1530

Autor: Enrique Lillo Alarcón
ISSN 2386-5172 - Serie: XVI-33
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Enrique Lillo Alarcón
Autor: Enrique Lillo Alarcón

Existió una enorme afición en el s. XVI, por encima de lo que podría ser normal, a jugar a naipes en todas las villas de la Mancha Santiaguista. Los vecinos se jugaban enormes cantidades de maravedís, haciendas y, a veces, todo lo que disponían con tal de tentar a la suerte e intentar desplumar a su oponente, para ello se reunían en los sitios más diversos, en los mesones y posadas de caminos y villas, en casas de juego que proliferaron para este fin y hasta en los cementerios medievales del exterior de las iglesias, tanto que los visitadores de la Orden de Santiago lo prohibieron en numerosas ocasiones.

Jugar a naipes en El Toboso, 1530
Pícaros jugando a naipes con un arriero
Fernando Tirado Cardona
Colección particular

Los juegos de naipes llegaron a España en los albores de la Edad Media, algunos investigadores afirman que los trajeron los cruzados, otros que los musulmanes cuando llegaron a Al Andalus, incluso estos últimos eran poseedores de una baraja donde aparecían los cuatro palos que usamos hasta la actualidad. Fuera quien fuere, arraigó enseguida y de modo tan profundo en los reinos de las Españas que tuvo que ser prohibido, sistemáticamente, por todos los reyes gobernadores en las distintas épocas, hasta llegar a los Austrias en el s. XVI, que limitaron lo apostado en el juego a un máximo de dos reales (68 maravedís) o a productos o animales menores que sirviesen para comer, amén de dar a las justicias el poder necesario para poder perseguirlo donde quiera que se reuniesen a jugar, de este modo el gobernador del Partido de la Mancha y Ribera de Tajo en el año 1530 que se localizaba en la villa de Ocaña, persiguió a los vecinos pecheros, ludópatas exacerbados jugadores de naipes, con todo su brazo de poder, constituido por su alcalde mayor y alguaciles del gobierno, que cada poco tiempo se desplazaban por las villas de la Mancha Santiaguista buscando infractores, creo que no se salvó ninguna de ellas. Más tarde, en tiempos de Felipe II, el gobernador que cambió su localización y fijó su residencia en el Quintanar, por orden real, continuó con la labor persecutoria y punitiva, metiendo en prisión y poniendo penas de altas sumas de dinero a los jugadores viciosos.

Por otro lado existió una legión de pícaros, truhanes y tahures recorriendo el camino de Madrid a Sevilla, recorriendo los caminos de la Mancha Santiaguista a Cartagena, con sus naipes trucados guardados en el jubón, que vivían y comían de lo que estafaban en ventas y mesones, son los pícaros del Siglo de Oro español que tan bien plasmaron nuestros escritores y de los que daremos una breve pincelada al final de este pequeño estudio.

Dispongo de un manuscrito, ya transcrito por mí, donde aparece una relación de numerosas personas de Campo de Criptana que habían sido pillados «in fraganti» jugando a naipes una cantidad de dinero mayor de los dos reales permitidos, pero aquí vamos a relacionar otro manuscrito en el que los vecinos de El Toboso piden licencia al Consejo de Ordenes, en nombre del rey Carlos, para que los alguaciles del gobernador no persigan a los vecinos que juegan a naipes.

Los vecinos de El Toboso se dirigen al Consejo de Ordenes, solicitando no ser perseguidos y agraviados con penas, por los alguaciles del gobernador del Partido de la Mancha, sobre todo cuando lo jugado han sido algunas gallinas o algún cabrito y no dinero, aún después de haber pasado mucho tiempo de haberse realizado el juego.

Don Carlos, etc.
A vos, el my governador o juez de resydençia que es o fuere del Partido dela Mancha e Ribera de Tajo, o a vuestro lugar tenyente en el dicho ofiçio, e a vos los alcaldes ordinarios dela villa del Tovoso, asy a los que agora son como a los que serán de aquy adelante, salud e graçia.

Sepades que por parte delos vezinos dela dicha villa me fue fecha relaçión, por su petyçión que en el my Consejo dela dicha Horden fue presentada, diziendo que muchas vezes son agraviados por vos las dichas justiçias e por vuestros alguaziles, haziendo pesquysa contra los que an jugado naypes después de pasado mucho tienpo, y llevándole por ello penas e calunyas aunque no ayan jugado syno gallinas e un cabrito y en poca cantydad.

Los oidores y licenciados del Consejo de Ordenes dieron su sentencia, permitiendo a los vecinos de El Toboso la posibilidad de jugar bajo las siguientes circunstancias:
Los alguaciles no podían hacer investigación del juego, o de las personas que intervenían en él, después de pasados dos meses.
Se permite a los vecinos jugar a naipes apostando cosas de comer, hasta en cuantía de dos reales, sin que sean perseguidos o castigados, pero si la cuantía es mayor, siempre que esté dentro del límite de los dos meses fijados, el vecino que sea encontrado jugando será castigado con las penas que fijen las leyes capitulares, es decir, las leyes que los dirigentes de la Orden de Santiago fijaban en los Capítulos Generales y que eran válidas y de aplicación en todas las villas de la Mancha Santiaguista.

Porque vos mando que, de aquy adelante, no hagáys pesquysa alguna sobre los juegos que ayan jugado e jugaren, en la dicha villa, aviendo pasado dos meses después que ovieren jugado.
E otrosy mando que, por aver jugado los vezinos dela dicha villa hasta en contya de dos reales para cosas de comer, no aviendo en ella fravde ny cabtela, no les sayéys ny llevéys por ello pena alguna, por contra, los que jugaren más cantidad delos dichos dos reales e proçediéredes contra ellos dentro delos dichos dos meses, mando que executéys en ellos las penas que son en las leyes capitulares dela Orden.

Está claro que los vecinos de El Toboso y todas las villas de la Mancha continuaron con los juegos de naipes, buscando las vueltas para no ser descubiertos, jugando cantidades mayores de las permitidas.
Pero, mientras no exista ley en contra, los vecinos de El Toboso tienen facultad para poder jugar a naipes apostando un par de gallinas, o algún cabrito, o los cafés, o las copas, derecho adquirido en el temprano año de 1530, y la Sra. Alcaldesa no puede prohibir que así se haga.

Jugar a naipes en El Toboso, 1530
Jugadores de naipes
Theodoor Rombouts
Colección Museo del Prado

Pícaros y tahures del Siglo de Oro

Un tema recurrente que usaron nuestros escritores del Siglo de Oro fue el juego de naipes y el uso que dieron de él pícaros y tahures en mesones y ventas de los caminos de todos los reinos de España.

Se preciaban de llevar entre sus escasas pertenencias una baraja de cartas marcadas, que era su modus vivendi, su utensilio de trabajo más preciado, su medio para engañar a todo incauto que se cruzase en su camino.
Miguel de Cervantes en su novela ejemplar «Rinconete y Cortadillo», describió magistralmente al pícaro truhán, su tesoro de baraja marcada y el juego de las veintiuna:

«En la venta del Molinillo, que está puesta en los fines de los famosos campos de Alcudia, como vamos de Castilla a la Andalucía, un día de los calurosos del verano, se hallaron en ella acaso dos muchachos de hasta edad de catorce a quince an~os: el uno ni el otro no pasaban de diez y siete; ambos de buena gracia, pero muy descosidos, rotos y maltratados; capa, no la tenían; los calzones eran de lienzo y las medias de carne. Bien es verdad que lo enmendaban los zapatos, porque los del uno eran alpargates, tan traídos como llevados, y los del otro picados y sin suelas, de manera que más le servían de cormas que de zapatos. Traía el uno montera verde de cazador, el otro un sombrero sin toquilla, bajo de copa y ancho de falda. A la espalda y cen~ida por los pechos, traía el uno una camisa de color de camuza, encerrada y recogida toda en una manga; el otro venía escueto y sin alforjas, puesto que en el seno se le parecía un gran bulto, que, a lo que después pareció, era un cuello de los que llaman valones, almidonado con grasa, y tan deshilado de roto, que todo parecía hilachas. Venían en él envueltos y guardados unos naipes de figura ovada, porque de ejercitarlos se les habían gastado las puntas, y porque durasen más se las cercenaron y los dejaron de aquel talle. Estaban los dos quemados del sol, las un~as caireladas y las manos no muy limpias; el uno tenía una media espada, y el otro un cuchillo de cachas amarillas, que los suelen llamar vaqueros.

Tomé de mis alhajas las que pude y las que me parecieron más necesarias, y entre ellas saqué estos naipes -y a este tiempo descubrió los que se han dicho, que en el cuello traía-, con los cuales he ganado mi vida por los mesones y ventas que hay desde Madrid aquí, jugando a la veintiuna;» y, aunque vuesa merced los vee tan astrosos y maltratados, usan de una maravillosa virtud con quien los entiende, que no alzará que no quede un as debajo. Y si vuesa merced es versado en este juego, verá cuánta ventaja lleva el que sabe que tiene cierto un as a la primera carta, que le puede servir de un punto y de once; que con esta ventaja, siendo la veintiuna envidada, el dinero se queda en casa. Fuera desto, aprendí de un cocinero de un cierto embajador ciertas tretas de quínolas y del parar, a quien también llaman el andaboba; que, así como vuesa merced se puede examinar en el corte de sus antiparas, así puedo yo ser maestro en la ciencia vilhanesca. Con esto voy seguro de no morir de hambre, porque, aunque llegue a un cortijo, hay quien quiera pasar tiempo jugando un rato. Y desto hemos de hacer luego la experiencia los dos:
armemos la red, y veamos si cae algu´n pa´jaro destos arrieros que aquí hay; quiero decir que jugaremos los dos a la veintiuna, como si fuese de veras; que si alguno quisiere ser tercero, él será el primero que deje la pecunia.»

Tal era la afición al juego de naipes que la hacienda real hizo estanco de la fabricación, venta y distribución de las barajas, pagándose unos derechos de medio real por cada baraja comprada.
Las ventas de caminos y mesones de pueblo también gustaban de ofrecer naipes en sus establecimientos porque aumentaban el consumo de los parroquianos en vino, velas, el «barato» , el dinero del beneficio del juego que se repartía gratis y en el cobro de la baraja, a los ricos a ocho reales a los pobres a dos.
Había numerosos juegos distintos, el flux, la primera, las veintiuna, la flor, las pollas, las pintas, el triunfo, el tenderete, siete y llevar… El marcado de cartas era de obligado cumplimiento para un pícaro o truhán, como nos enseña Francisco de Quevedo en su Buscón don Pablos:

«Pasé el camino de Toledo a Sevilla prósperamente, porque, como yo tenía ya mis principios de fullero, y llevaba dados cargados (1) con nueva pasta de mayor y de menor, y tenía la mano derecha encubridora de un dado -pues preñada de cuatro paría tres-, llevaba gran provisión de cartones de lo ancho y de lo largo para hacer garrotes de morros y ballestilla (2), y así, no se me escapa dinero.
Dejo de referir otras muchas flores, porque, a decirlas todas, me tuvieran más por ramillete que por hombre; y también, porque antes fuera dar que imitar, que referir vicios de que huyan los hombres. Más quizá declarando yo algunas chanzas y modos de hablar, estarán más avisados los ignorantes, y los que leyeren mi libro serán engañados por su culpa.
No te fíes, hombre, en dar tú la baraja, que te la trocarán al despabilar de una vela. Guarda el naipe de tocamientos, raspados o bruñidos, cosa con que se conocen los azares (3).
Y por si fueres pícaro, lector, advierte que, en cocinas y caballerizas, pican con un alfiler o doblan los azares, para conocerlos por lo hendido. Y si tratares con gente honrada, guárdate del naipe, que desde la estampa fue concebido en pecado, y que, con traer atravesado el papel, dice lo que viene (4). No te fíes de naipe limpio, que, al que da vista y retiene, lo más jabonado es sucio. Advierte que a la carteta (5), el que hace los naipes que no doble más arqueadas las figuras, fuera de los reyes, que las demás cartas, porque el tal doblar es por tu dinero difunto. A la primera, mira no den de arriba las que descarta el que da, y procura que no se pidan cartas o por los dedos en el naipe o por las primeras letras de las palabras.
No quiero darte luz de más cosas; éstas bastan para saber que has de vivir con cautela, pues es cierto que son infinitas las maulas que te callo. «Dar muerte» llaman quitar el dinero, y con propiedad; «revesa» llaman la treta contra el amigo, que de puro revesada no la entiende; «dobles» (6) son los que acarrean sencillos para que los desuellen estos rastreros de bolsas; «blanco» llaman al sano de malicia y bueno como el pan y «negro» (7) al que deja en blanco sus diligencias.
Yo, pues, con este lenguaje y estas flores, llegué a Sevilla; con el dinero de las camaradas (8), gané el alquiler de las mulas, y la comida y dineros a los huéspedes de las posadas. Fuime luego a apear al mesón del Moro …

(1) Los dados se cargaban poniendo más peso en el lado contrario al que se quería que saliese.
(2) Prensar los naipes para hacerles una señal en alguna parte determinada, como en la ballestina y los morros.
(3) Azares, malas cartas, naipes trucados.
(4) Los naipes antiguos tenían el dibujo en un papel adherido al cartón.
(5) Juego de naipes de azar y envite. Las apuestas aumentan indefinidamente y de forma arbitraria. Los fulleros eran muy aficionados a este juego, pues marcando la baraja, sacaban mucho provecho.
(6) Doble, persona que lleva gente a la casa de juego y, en combinación con otro, le engañaba.
(7) Negro, astuto.
(8) Camaradas, los que van juntos en cuadrilla.

Jugar a naipes en El Toboso, 1530
Los jugadores de cartas
Le Nain

Bibliografía:
Manuscrito del AHN, sobre el juego de naipes en El Toboso, [AHN,OM,AHT,leg.78167]
Novelas Ejemplares de Miguel de Cervantes, «Rinconete y Cortadillo».
«El ocio en la España del Siglo de Oro», Bernardo García García. Ediciones AKAL, 1999.
«La vida del buscón llamado don Pablos», Francisco de Quevedo. Edición de Pura Fernández y Juan Pablo Gabino. Ediciones AKAL, 1996.

Por: Enrique Lillo Alarcón
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