La tienda de la Sacra

Autor: Enrique Lillo Alarcón
ISSN 2386-5172 - Serie: XX-11
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Enrique Lillo Alarcón
Autor: Enrique Lillo Alarcón

Sardinas Saladas
Cuando regresé a La Mota, para la traída de la Virgen, recordaba con mi amigo la tienda de la Sacra, situada en la calle de la Iglesia, en la parte baja de la calle, en el tramo que va desde el edificio de la iglesia hacia la calle Manjavacas.
En ese momento se nos vino a la memoria, a ambos, la rueda de madera con sardinas arenques en su interior, todas bien colocadas de modo radial, grandes como caballas, con ese olor sabroso, tan característico a mar.
Luego pensé en la tienda de la Sacra, apareció como algo nebuloso en mis recuerdos de infancia, pero a la vez con algunas escenas nítidas e imborrables en mi memoria.

Recuerdo a la Sacra como una mujer morena, con el pelo corto y algo ondulado, de mediana edad, de estatura alta, con su mandil manchego atado a la cintura y recibiendo a sus clientes con amabilidad exquisita.
La tienda era de ultramarinos, pequeña, sin grandes pretensiones, dos o tres puertas más abajo de mi casa, con esa mezcla de olores infinitos de los distintos y variados productos que se vendían allí. A la entrada, a mano izquierda, apoyada sobre alguna caja o cualquier otra cosa que no soy capaz de definir, formando un ángulo con el quicio de la puerta, estaba la caja redonda de madera blanca con bordes marrones, con las maravillosas sardinas arenques, mirándote fijamente con sus ojos de pez y pidiéndote cómeme, mi sabor es exquisito …

Por otro lado, la Sacra era una mujer amable como he dicho, siempre estaba atenta a sus clientes que éramos todos los vecinos de la zona, era una más de la familia, conocida y querida por todos, como el médico de familia que siempre está a nuestro lado para mitigarnos el mal, a veces, simplemente con unas palabras o un consejo, siempre estaba dispuesta a ayudar, si necesitabas algo y no llevabas dinero, lo fiaba y ya lo cobraría más tarde, no había prisa, ni premura, ni agobio para nadie.

Muchas veces me enviaba mi abuela a hacer algún recado, unos fideos que faltaban, una botella de aceite, una fruta para después … , siempre me atendía con cariño y prontitud.
También era un lugar de comadres, de información general y de comentarios de las últimas noticias acaecidas en La Mota, el resto del universo nos interesaba poco y estaba muy distante, para nosotros lo más importante era lo de nuestro pequeño mundo, de modo pausado, sin grandes aglomeraciones porque el lugar era pequeño.

¡Qué pena da perder la tienda pequeña del pueblo, donde te dan algo más que un producto!
¡Qué pena no poder ver a la Sacra cada día y nuestro pequeño rincón de la calle de la Iglesia!
¡Qué pena no poder ver y oler las sardinas arenques y las sandrajás cada vez que pasas por delante de la tienda de La Sacra!

Bandejas de Sandrajás

Por: Enrique Lillo Alarcón
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